«Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe»

Resumen

Como Juan, debemos permitir que Jesús crezca en nuestra vida y nosotros mengüemos. Solo entonces seremos Sus siervos.

Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos (Juan 3:26-31).

Jesús dijo en cuanto a Juan el Bautista: «Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11:11). Cuando consideramos su rol en el plan divino de la redención y la manera en que Juan sirvió poderosamente en tal rol que guio al ministerio de Cristo, parece no ser una sorpresa que Jesús hablara tan honorablemente en cuanto a Juan. Varias profecías del Antiguo Testamento predijeron la venida de Juan como el pregonero del Cristo, y anunciaron que él prepararía el camino para la llegada mesiánica (Isaías 40:3-5; Malaquías 3:1; cf. Mateo 3:1-3; 11:10). Ya que Juan tuvo tal rol prominente en el evento más grandioso de la historia humana, pudiera haber sido fácil que él se llenara de orgullo. Imagine que, después de todos los esfuerzos que ha hecho en el servicio del Señor, llegue a enterarse de que está siendo superado por alguien más o que pronto su fama pasará a la historia. ¿Cómo sería impactada su mente por tal circunstancia?

Los discípulos de Juan, quienes habían presenciado su servicio a Dios y que no conocían la realidad de la identidad de Jesús, llegaron a sentir celos de su maestro. No les agradó que Jesús estuviera superando a Juan en popularidad. ¿Podemos nosotros llegar a ser víctimas de esta misma mentalidad? ¿Nos aferramos a ciertas personas en el reino, de tal manera que llegamos a sentir celos si otra persona recibe más honra que ellos? Parece que este fue el caso en Corinto, y tal actitud causó gran división (1 Corintios 1:10-13; 3:1-4). ¿Sentimos desagrado cuando otros reciben más reconocimiento por su labor en el reino que lo que nosotros recibimos? Esta actitud no solamente afectó a los discípulos de Juan. Toda la humanidad está inclinada al orgullo; así que debemos deshacernos de tal actitud antes de que nos cause tropiezo.

Juan ejemplificó la actitud que el hijo de Dios debe tener en toda circunstancia cuando respondió a la queja de sus discípulos. Primero, les señaló la fuente de todo honor (Juan 3:27). Todo don, talento y valor que tenemos es un regalo de Dios por el cual debemos estar agradecidos, en vez de jactarnos (cf. 1 Corintios 4:7). Segundo, les hizo recordar que ellos le estaban defendiendo por una posición que él nunca reclamó para sí mismo (Juan 3:28). Tercero, les indicó la verdad de que el honor solamente pertenece a Jesús. Como el novio es honrado en la boda en vez de sus amigos, todo siervo de Cristo debe regocijarse (como Juan lo hizo) en la glorificación de Cristo, en vez de buscar su propia glorificación o la glorificación de su hermano o hermana favorita (cf. Juan 3:29).

Ya que vivimos en una cultura egoísta, es difícil evitar el deseo de ser reconocido por nuestros logros. Es cierto que no es malo recibir honra cuando se debe honra (cf. Romanos 13:7) y gozarse con aquellos que se gozan (cf. Romanos 12:15), pero, como Juan dijo, Jesús debe crecer mientras que usted y yo (y todo cristiano) debe menguar. Solamente entonces seremos los siervos que Dios nos ha llamado a ser en Su reino.