Los Matrimonios Multiculturales y Dios

Miré el reloj alarmada. Faltaban pocos minutos para las 6 p.m. y aún no habíamos salido de casa. De hecho, mi esposo ni siquiera había comenzado a vestirse. “¡Llegaremos tarde!”, pensé mientras me ponía más nerviosa. Mi esposo me miró confundido, sin entender la razón de mi preocupación. Estábamos viviendo en Méjico, y esta era una de las primeras veces que nos dábamos cuenta que ambos teníamos perspectivas culturas diferentes en cuanto al tiempo.

Tales situaciones no son extrañas en matrimonios entre mejicanos y moldavos como el nuestro. Los cónyuges en matrimonios multiculturales lidian con muchas diferencias similares día tras día: ¿Qué idioma(s) enseñaremos a nuestros hijos? ¿Cómo lidiaremos con las expectativas culturales en cuanto a los roles del hombre y la mujer, la solución de conflictos, la crianza y disciplina de los hijos, los cumpleaños y los días feriados?

Todos los matrimonios lidian en diferente medida con estas situaciones, pero los problemas se intensifican cuando hay más de una cultura. Lidiar con estas diferencias puede ser difícil y agotador, pero también tiene el potencial de fortalecer la unión matrimonial. Después de diez años de casados, hemos aprendido muchas cosas sobre Dios y las relaciones interculturales. Si alguien me preguntara qué es lo que lleva adelante a nuestro matrimonio multicultural, compartiría las cinco recomendaciones siguientes:

1. Buscar y servir juntos a Dios.

Después de estar casados por algún tiempo, nos dimos cuenta que éramos más similares que diferentes. En lo profundo de cada corazón humano existe el deseo de aceptación, de amar, de ser amado y de conocer a Dios. Él está antes y por encima de todas las culturas, dando aliento de vida a cada familia que Le busca sin importar su origen. Buscar y servir juntos a Dios y esforzarnos por imitar a Cristo (Efesios 5:1-2) nos ha fortalecido como pareja y nos ha guiado más cerca de Dios.

2. Comunicarse honesta y amablemente.

Las expectativas culturales varían en el área de la comunicación. Algunas culturas valoran la información directa y factual, mientras que otras valoran más la amabilidad y por ende son más indirectas. La Biblia habla mucho sobre el uso de nuestras palabras en una manera que sea honesta y que edifique a los demás, como también que honre a Dios (Proverbios 12:18,25; 15:1; 25:11; Efesios 4:15,29; Filipenses 4:5; Santiago 1:26).

3. Escuchar para comprender, no para responder.

Muchas veces caemos en la trampa de escuchar a nuestro cónyuge solamente para saber cómo convencerle de que tenemos la razón. Esto realmente no es escuchar. Escuchar para comprender significa tener un espíritu abierto, humilde y paciente, no defensivo u orgulloso. Abrir nuestros oídos y corazón a nuestro cónyuge nos ayudará a desarrollar una mejor relación mutua y con Dios (Proverbios 1:5; 15:31; 19:20; Santiago 1:19).

4. Perdonar y perdonar (y perdonar más).

Ninguna relación puede sobrevivir sin el perdón, especialmente el matrimonio. Sí, nos lastimaremos mutuamente con nuestras palabras y acciones, pero es importante no guardar rencor contra nuestra pareja por el daño causado. Esto no significa que no hablaremos de nuestras preocupaciones o sentimientos (vea los puntos 2 y 3), sino que dejaremos de pensar que nuestro cónyuge nos debe algo una vez que le hayamos perdonado (Colosenses 3:13; Efesios 4:32; Mateo 18:21-22).

5. Divertirse aprendiendo la cultura de cada uno.

Finalmente, las diferencias no tienen que ser estresantes todo el tiempo. De hecho, las diferencias pueden hacer que nuestras vidas sean más ricas y placenteras: nosotros disfrutamos viendo que nuestros hijos aprenden tres idiomas desde pequeños; frecuentemente disfrutamos comidas de Moldavia, Méjico y los Estados Unidos; y disfrutamos viajar y aprender más de cada uno, mientras que descubrimos más sobre el Dios que creó al mundo con todos sus hermosos colores, culturas, sabores e idiomas.

Realmente, los matrimonios multiculturales son difíciles y hermosos a la vez, pues apuntan al Dios que reúne a la gente para propósitos buenos y santos—un Dios que mora entre nosotros sin importar nuestras diferencias.