¿Quién Es el Jefe?

Bubba Watson dijo: “¿Por qué quisiera que alguien me dijera qué hacer, que me dijera lo que estoy haciendo mal? ¡Yo quiero ser el jefe!”. A nosotros nos gusta el poder y la silla del jefe; ¡incluso los discípulos de Jesús tuvieron disputas frecuentes en cuanto a quién sería el jefe entre ellos (Mateo 20:20-24; Marcos 9:33-34; Lucas 9:46)! Así que cuando se trata de la familia, muchos de nosotros queremos saber quién es el jefe real.

“¡Los hijos son los jefes!”.

Algunas familias funcionan como si este fuera el caso. Los bebés usan su llanto para llamar la atención de sus padres—lloran cuando quieren beber, un pañal limpio o una canción de cuna. Aunque se entiende y espera esto de los bebés, algunos padres permiten que sus hijos que crecen lleven sus habilidades de bebé a un nivel más alto. Se permite que los niños de dos o tres años, mayores, e incluso los adolescentes destruyan sus hogares, hagan berrinches cuando escuchan la palabra “no”, y demanden sus derechos como si fueran reyes en un palacio de siervos. Dios advierte que “el muchacho consentido avergonzará a su madre [y padre]” (Proverbios 29:15).

Los niños no pueden ser los “jefes” ya que todavía deben aprender autoridad, poder y dominio propio. Se les debe enseñar a obedecer y honrar a sus padres (Efesios 6:1-2). Así como Jesús cuando era niño, ellos deben someterse a sus padres (Lucas 2:51). ¡No, los hijos no son los jefes!

“¡La esposa es la jefa!”.

Vivimos en una era feminista en la cual la sociedad no entiende la diferencia en géneros. Básicamente, se dice que las mujeres pueden hacer todo lo que los hombres pueden hacer, y que si hay algo que las mujeres no pueden hacer, entonces los hombres tampoco deberían hacerlo. Esta demanda ha entrado al campo religioso, mientras más mujeres son nombradas como “predicadoras”, “diaconisas” y “pastoras”. La familia no ha sido inmune a este mal social, y ahora hay muchos hogares en los cuales la mujer es la jefa.

La Biblia tiene una perspectiva diferente del rol de la mujer—aunque demanda amor, respeto y trato imparcial para las mujeres (Mateo 7:12; 22:39; Gálatas 3:28), prescribe un rol sumiso para ellas—sea en la iglesia (1 Timoteo 2:11-15) o en el hogar (Efesios 5:22-24). ¡No, la esposa no es la jefa!

“¡El esposo es el jefe!”.

Crecí en una sociedad donde el hombre era el jefe. El padre era como un rey que, cuando regresaba del trabajo, esperaba toda atención de los miembros “inferiores” de la familia. Él demandaba el control remoto del televisor y algo de comer. La mujer era la última persona en sentarse a la mesa y la primera en levantarse si el hombre quería “repetir”. Él nunca lavaba un plato, barría el piso o cambiaba un pañal ya que esto era el trabajo de la mujer. Él gritaba para confirmar su autoridad, y no daba cuenta a nadie más que a sí mismo.

No hay necesidad de decir que esta no es una imagen bíblica de un hombre real. El esposo debe amar a su esposa incluso para morir por ella (Efesios 5:25-33), y debe instruir a sus hijos sin exasperación (Efesios 6:4). Aunque él es la cabeza de la esposa (Efesios 5:23), ¡no es el jefe del hogar!

“¡Dios es el jefe!”.

El problema principal en nuestros hogares es que frecuentemente pasamos por alto que hay Alguien más sobre la familia. Amamos el poder y la autoridad, dar órdenes y cuando otros obedecen lo que decimos. Pero cuando se trata de la familia, ¡Dios es el jefe real! Él manda en el hogar; delega autoridad; hace las reglas. Debido a Sus atributos perfectos (Salmos 119:137; 1 Juan 4:8), Dios es el único que está capacitado para este rol, ya que es un “Jefe” que nunca abusará de la autoridad, tomará ventaja del poder o guiará al mal. Cuando Le dejamos gobernar, nuestro hogar está seguro (Salmos 127:1). De hecho, nuestros hogares funcionarán bien cuando cada miembro entienda su rol dado por Dios en la unidad familiar (Efesios 5:22-6:4).

Aunque la esposa debe someterse al liderazgo del esposo, y ambos tienen autoridad sobre los hijos, ellos son como administradores del hogar, estableciendo reglas derivadas y tomando decisiones para implementar el orden y la voluntad soberana de Dios para la familia. ¡Sí, Dios es el jefe!