¿Qué Debería Enseñar a Mi Hijo en cuanto al Bautismo?

Se debe enseñar los conceptos bíblicos en un nivel que el oyente pueda comprender. Jesús enseñó “conforme a lo que podían oír” (Marcos 4:33; cf. 1 Corintios 9:20-22). Los maestros de clase bíblica aprenden a comunicar doctrinas complejas en maneras adecuadas para cada edad al usar conceptos y palabras sencillas. Cuando los niños maduran, los maestros y padres pueden continuar desarrollando el conocimiento de los niños sobre este fundamento, añadiendo más detalle y profundidad. Este proceso continúa a través de la vida mientras continuamos estudiando y aprendiendo como Dios quiere que se haga.

El bautismo no es para los niños. Jesús enseñó que los adultos debían llegar a ser como pequeños niños en vez que los niños lleguen a ser como adultos (Mateo 18:3). En nuestra enseñanza, no debemos cometer el error de apresurar a los niños. Ellos escuchan sermones sobre el bautismo que están diseñados a alcanzar, en algunos casos, a aquellos que resisten el mandamiento de Dios en cuanto al bautismo. Ellos entienden que el bautismo es importante para sus padres, maestros de Biblia y otras personas que respetan en la iglesia. Pueden escuchar enunciados como el siguiente: “Nadie puede ir al cielo a menos que sea bautizado”. En el significado general que le damos, esto es cierto—ningún adulto normal que vive hoy puede ir al cielo sin el bautismo (1 Pedro 3:21).

Pero habrá muchos en el cielo que no fueron bautizados. Todos los fieles del Antiguo Testamento estarán en el cielo, aunque muchos de ellos nunca fueron bautizados, ya que el bautismo para remisión de pecados es un mandamiento distintivo del Nuevo Testamento. Miles de millones de bebés y niños pequeños han muerto antes de llegar a la edad de la responsabilidad. Ciertamente ellos estarán en el cielo (2 Samuel 12:23). Millones de personas discapacitadas mentalmente disfrutarán la gracia de Dios sin el bautismo.

Así que, padres, por favor aseguren a sus hijos que Dios les ama y que ellos no están en peligro de perderse. Tenga cuidado de no despojarles de su infancia al forzarles a crecer demasiado rápido.

A la vez, debemos hablar con nuestros hijos de nuestro deseo de que ellos crezcan y lleguen al cristianismo. Un paso vital en ese proceso será la decisión de ser bautizados. ¿Cómo podemos hacerles entender las lecciones básicas del bautismo?

El bautismo es cuando Dios nos pone en Su tina de baño.

Todos los niños comprenden la idea de tomar una ducha. Después de explicar que cada persona tiene una parte interna y una parte externa—un cuerpo y un alma (Eclesiastés 12:7; Génesis 2:7; 2 Corintios 4:16)—los padres pueden decir: “Cuando te bañas, lavas tu parte externa, pero cuando crezcas, te ensuciarás por dentro. Entonces Dios querrá que te bautices para lavar tu parte interna”.

Para los niños que son un poco mayores, use el tiempo de estudio familiar para añadir este fundamento simple al mostrarles que la Biblia enseña que el pecado nos ensucia (2 Pedro 2:20-22), y que el bautismo nos limpia del pecado. Se le dijo a Saulo de Tarso: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16). “Lavar” significa “limpiar completamente; remitir”. Los pecados de Saulo fueron lavados—su alma fue limpia—cuando fue bautizado en la “tina de Dios”.

Tome tiempo para explicar que el bautisterio no está lleno de “agua mágica”. El poder no está en el agua; el poder está en la sangre de Jesús. En el bautismo, Dios aplica la sangre de Su Hijo a los pecados de nuestra alma. Nosotros no podemos ver o sentir cuándo esto sucede, pero podemos confiar en que Dios cumple Sus promesas de hacernos internamente blancos como la nieve (Isaías 1:18). Marshall Keeble solía explicar que el poder está en la sangre al comparar el agua del bautismo con el agua de una lavadora de ropa. El agua sola no puede limpiar la ropa, pero cuando se añade el detergente al agua, entonces las ropas salen limpias.

La sangre de Jesús es el detergente de Dios. Dios lava nuestros pecados en la sangre de Su Hijo (Apocalipsis 1:5). Ya que Jesús derramó Su sangre en Su muerte (Juan 19:34), y somos bautizados en Su muerte (Romanos 6:3), entonces recibimos los beneficios de Su muerte al someternos al bautismo. Somos santificados y limpios “en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:25-27).

Una ilustración del Antiguo Testamento clarifica esto un poco más para los niños. Naamán, el leproso, fue a ver al profeta de Dios con la esperanza de ser sanado (2 Reyes 5). Se le dijo que se sumergiera siete veces en el Río Jordán. Él pensó correctamente que el Río Jordán no tenía poderes mágicos, y casi perdió su oportunidad de ser sanado. Lo que importaba no era el agua, sino el poder de Dios y su sumisión a la autoridad de Dios. Así como Naamán fue curado de su lepra cuando obedeció al mandamiento de Dios de sumergirse en el río (2 Reyes 5:14), el pecador es limpio de sus pecados cuando es bautizado (Marcos 16:16).

El bautismo es cuando se hace las paces con Dios.

Los niños entienden la idea de meterse en problemas. También conocen la felicidad de hacer las paces con sus padres o sus maestros.

Dios está airado con el malo todo el día (Salmos 7:11; Números 22:22), pero Su ira puede ser aplacada al buscar Su perdón. En la era cristiana, esto involucra la fe, el arrepentimiento, la confesión y el bautismo (Hechos 2:38). Dios no rechaza perdonar—está dispuesto a recibir al extraviado que regresa a casa (Lucas 15:20-24). Miqueas escribió: “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (7:18).

Un lector enojado irrumpió en la oficina de una prensa agitando la última edición del periódico y pidiendo ver a “quienquiera que escribió la sección de defunción”. Cuando fue referido a un reportero joven, dijo exasperadamente: “¡Puedes ver que estoy muy vivo, y tú me pusiste en la sección necrológica! ¡Demando una retractación!”. El reportero respondió: “Yo nunca me retracto de una historia. Pero te diré qué haré. Te pondré en la sección de nacimientos y te daré un comienzo nuevo”. Eso es lo que el bautismo hace por nosotros: nos da un comienzo nuevo. Después de ser bautizados, Dios ya no recuerda nuestros pecados (Hebreos 8:12).

El bautismo es cuando alguien se casa con Jesús.

La mayoría de niños ha estado en una boda, o al menos ha visto fotos en la pared de la ceremonia nupcial de su padre y madre. El bautismo es la ceremonia de bodas del creyente. Pablo escribió con “respecto de Cristo y de la iglesia” (Efesios 5:32), describiendo a Cristo como el novio, y a la iglesia como la novia (Efesios 5:25-27). Entonces, cuando llegamos a ser parte de la iglesia, en un sentido nos casamos con Cristo. Le amamos y nos comprometemos con Él “hasta la muerte”. Sin embargo, la muerte no nos separará, ya que entonces realmente comenzaremos a disfrutar del banquete nupcial (Apocalipsis 19:9) y viviremos para siempre con Él (Apocalipsis 21:4).

Enseñe a los niños de una manera adecuada. Un día ellos enseñarán a sus nietos lo que le ha transmitido a ellos (cf. 2 Timoteo 2:2).

El bautismo es cuando Dios nos adopta en Su familia.

Los niños entienden la idea de ser parte de una familia. Se identifican cercanamente con sus padres y hermanos. Muchos recuerdan cuando sus hermanos menores nacieron y llegaron a ser parte del círculo familiar.

Cuando alguien es bautizado, Dios le reconoce como Su hijo o hija (Mateo 3:17; Marcos 1:11). El bautismo es el acto culminante del nuevo nacimiento (Juan 3:3-5). Pablo dijo a los gálatas: “[T]odos sois [tiempo presente] hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:26-27; cf. 2 Corintios 6:17-18). La fe en Cristo que guía a la persona a obedecerle en el bautismo, también le hace un hijo de Dios. Como hijos, somos herederos de Dios (Romanos 8:14-17). Como hijos de Dios, llegamos a ser parte de la familia divina—conociendo el amor que Dios tiene como Padre hacia nosotros, y disfrutando el amor de nuestros hermanos y hermanas.