La Manera en que los Padres Pueden Ayudar a Sus Hijos a Llegar al Cielo
Resumen | Como padres, debemos usar cada oportunidad para sembrar la semilla del Evangelio en los corazones de nuestros hijos. |
Cuando se le pregunta a un judío, “¿Quién, pues, será este niño?” (Lucas 1:66), él responde: “Será judío”; y 99 de 100 veces, estará en lo cierto.
Cuando se le hace la misma pregunta a un católico, él responde: “Será católico”; y nueve de 10 veces, estará en lo cierto. Francis Xavier, educador católico, declaró: “Denme a un niño hasta que tenga siete años, y cualquier otra persona puede tenerlo de por vida”.
Cuando se les hace la misma pregunta a los cristianos, ellos responden: “¿Quién sabe?”.
¿No cree que esto indica que no estamos ejerciendo una influencia fuerte en la vida de nuestros hijos como deberíamos hacerlo? La Biblia manda que los padres influyan adecuadamente a sus hijos (Proverbios 22:6; Efesios 6:4). Ciertamente las influencias externas pueden cambiar a nuestros hijos, pero que nunca se diga que nuestros hijos se perdieron debido a nuestra falta de esfuerzo o sabiduría. Los riesgos son demasiado altos para excusas y lamentos.
¿CÓMO PODEMOS INFLUENCIAR DE LA MEJOR MANERA A NUESTROS HIJOS PARA DIOS?
Acorte la distancia.
Es posible jugar a los bolos y hacer un puntaje perfecto todo el tiempo. Es posible dar en el blanco 10 veces seguidas. ¿Cómo? Tome la bola, camine por la pista de lanzamiento, ¡y lance desde un metro de distancia! Párese a medio metro del blanco, estírese lo más que pueda a su objetivo, y jale el gatillo. La exactitud mejora con la proximidad.
Sucede lo mismo con los niños: la exactitud mejora con la proximidad; o en forma negativa, el error aumenta con la distancia. Es importante estar cerca de nuestras familias—pasar mucho tiempo con ellos. Hoy muchos hogares funcionan como paraderos de reabastecimiento. La gente viene y va; se cruza en la cocina en la mañana y otra vez en la noche. Esa no es la manera de criar a los hijos. El propósito de este artículo no es hacerle sentir culpable, sino hacerle reflexionar sobre lo que es más importante. “Manos a la obra”; se requiere atención inmediata. La mujer sabia “edifica su casa” (Proverbios 14:1). La vida de un padre bueno está “ligada” a la de su hijo (Génesis 44:30).
En combinación, muchos padres trabajan 75 a 100 horas a la semana. Los fines de semana están ocupados con el golf, la pesca, la caza, la limpieza, las compras y los mandados. Muchos niños pasan más tiempo con empleados en guarderías o abuelos que con sus propios padres. Que nunca se diga que un padre cristiano pasó más tiempo jugando al golf que con sus hijos. Que nunca se diga que una madre cristiana estuvo más interesada en su progreso profesional que en sus hijos (Tito 2:4-5).
El debate entre el tiempo cualitativo y el cuantitativo continúa, y hay algo que se debe enfatizar en cuanto al tiempo cualitativo. Es posible estar en el mismo cuarto con sus hijos, pero estar a cientos de kilómetros de distancia de ellos al mismo tiempo. Podemos pasar nuestro tiempo leyendo el periódico o estar “pegados” a la pantalla de la computadora, y nunca intercambiar más que un par de frases por hora con los demás en la misma habitación. Mirar la misma pantalla del televisor no significa pasar tiempo juntos.
Además, el tiempo cuantitativo simplemente no es un sustituto para el tiempo cualitativo. No podemos predecir cuándo habrá una oportunidad propicia para enseñar. Moisés instruyó a los padres israelitas a estar listos cuando el momento llegue: “Mañana cuando te preguntare tu hijo, diciendo: ¿Qué significan los testimonios y estatutos y decretos que Jehová nuestro Dios os mandó? Entonces dirás a tu hijo…” (Deuteronomio 6:20-21). La mayor parte de la enseñanza se realiza en un modo acumulativo. Isaías lo declaró de esta manera: “Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (28:10).
Comience temprano (2 Timoteo 3:15; cf. 1:5).
Samuel fue entrenado tan pronto como fue destetado—de hecho, incluso antes (1 Samuel 2:18). A Josías se le enseñó a buscar al Señor siendo aún un niño (2 Crónicas 34:3). El salmista aprendió a confiar en Dios desde su juventud, ya que el Señor le enseñó desde su juventud (Salmos 71:5,17). Juan el Bautista “siguió” la santidad “desde el vientre de su madre” (Lucas 1:15). Jesús desempeñó los negocios de Su Padre a una edad temprana (Lucas 2:40,49).
Que cada padre diga a sus hijos: “Venid, hijos, oídme; el temor de Jehová os enseñaré” (Salmos 34:11). Los padres deberían llevar a sus bebés a las clases de cuna de la escuela dominical tan pronto como sus bebés puedan salir de sus hogares. Esto es mucho mejor que esperar hasta que estén listos para las clases bíblicas preescolares. Considere las palabras de Isaías: “¿A quién se enseñará ciencia, o a quién se hará entender doctrina? ¿A los destetados? ¿a los arrancados de los pechos?” (28:9). Cierta vez una madre preguntó a un psicólogo cuándo debía empezar a instruir a su hijo. Él le preguntó cuántos años tenía el niño. Cuando le dijo que tenía cinco años de edad, el psicólogo declaró: “Apresúrese a casa. Usted ya ha perdido los mejores cinco años de la vida de su hijo”.
Al exponer a sus hijos a la Biblia a una edad temprana, ellos tendrán mayor oportunidad de conocer la mente de Dios (1 Corintios 2:10-16). “Para dar…a los jóvenes inteligencia y cordura” (Proverbios 1:4). ¿Por qué comenzar temprano?
Porque los días de oportunidad son pocos. Desde el nacimiento hasta los 18 años hay solamente 6,570 días. Estos días pasan mucho más rápido de lo que pensamos. Considere en este punto que las oportunidades para enseñar son muy limitadas durante los primeros dos años (debido a la capacidad) y los últimos cuatro (debido a la resistencia natural), así que los días se reducen a 4,380. Si resta los días de enfermedad, los días ocupados, los días que se pasan fuera de casa y los días escolares cuando la interacción es muy limitada, se dará cuenta que realmente se debe aprovechar “bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:16).
Porque más tarde pueden cerrar sus corazones a la instrucción espiritual. Salomón dijo que se debía recordar al Creador en la juventud porque vendrán “días malos” cuando el niño pueda decir: “No tengo en ellos contentamiento” (Eclesiastés 12:1). Una vez un pediatra observó que criar a hijos es como hornear un pastel—¡usted no se da cuenta del desastre que tiene hasta que es demasiado tarde! Es confortante ver que muchos padres “trabajan arduamente en la cocina” para que sus pequeños salgan dulces y deliciosos.
Porque la Palabra tiene el poder de marcar una diferencia. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Salmos 119:9; cf. Romanos 1:16). La Palabra que se atesora en sus corazones les guardará de pecar contra Dios (Salmos 119:11).
Dígalo en voz alta.
Debemos cultivar la religión como el tema principal de conversación y de interés en el hogar. Se mandó a los israelitas: “Hablarás de ellas” (Deuteronomio 6:7; cf. 32:46). “Los israelitas tuvieron mucho éxito en hacer de la religión una parte integral de la vida. La razón de su éxito fue que la educación religiosa se enfocaba en la vida, no simplemente en la información. Usaron el contexto de la vida diaria para enseñar acerca de Dios. Estos versículos claramente señalan la clave para enseñar a sus hijos a amar a Dios. Si desea que sus hijos sigan a Dios, debe hacer a Dios parte de sus experiencias diarias. Debe enseñar a sus hijos a ver a Dios en todos los aspectos de la vida, no solamente en aquellos que se relacionan a la iglesia”.
Nuestras palabras son como una paleta de albañilería que diariamente da forma al cemento que endurece del carácter de nuestros hijos. Son la corriente rápida que gradualmente desgasta las protuberancias ásperas de las piedras.
Jesús dijo que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Por ende, si la iglesia del Señor está en nuestros corazones (como debería estar), hablaremos de ella con frecuencia. Moisés y Elías hablaron acerca del sufrimiento de Cristo (Lucas 9:30-31). En su camino a Emaús, dos discípulos hablaban de cosas espirituales (Lucas 24:14-32). El tesorero de Candace y Felipe hablaron de Isaías y Jesús mientras viajaban juntos en un carruaje (Hechos 8:30-37).
Los hogares cristianos no reservan los temas religiosos para los domingos. Se debe hablar frecuentemente de la Biblia y la iglesia a la hora de la cena. Hablar a Dios a través de Jesús debe ser tan natural como hablar con la abuelita o con los amigos en la escuela. Jesús tiene una silla invisible en la mesa del comedor, un lugar en el sofá, y viaja a todas partes con nosotros.
Desde luego, la conversación acerca de la iglesia debe ser positiva. La comida del domingo no debe consistir de estofado de ancianos, picante de predicadores, maestros a la parrilla y dirigentes de canto al horno. Jesús dijo: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45).
Piense en el siguiente versículo en términos de crianza: “Los labios del justo apacientan a muchos, mas los necios mueren por falta de entendimiento.” (Proverbios 10:21). Malaquías dijo que aquellos que “temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero” (3:16). Debemos exhortar diariamente a nuestros hijos, no sea que se insensibilicen “por el engaño del pecado” (Hebreos 3:13). Debemos buscar maneras de estimularles “al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24). Pablo dijo: “Amonestéis a los ociosos,…alentéis a los de poco ánimo,…sostengáis a los débiles,…seáis pacientes” en todo momento (1 Tesalonicenses 5:14). ¿Qué mejor manual se pudiera haber escrito sobre el desarrollo del niño que estos versículos?
Hágales oler el humo del altar.
A todo lugar donde Abraham iba con su familia, adoraba a Dios (e.g., Génesis 12:7-8; 13:4; 21:33). Usted pudiera rastrear sus viajes por el humo de sus altares. Luego, cuando estudiamos la vida de Isaac, descubrimos que le caracterizaba lo mismo (Génesis 26:25).
De igual manera, es confortante que los padres cristianos vean que sus hijos establezcan sus propios hogares y comiencen inmediatamente con devociones familiares. Las familias deben leer la Biblia juntas. Los hogares deben tener alimento para el alma como también para el cuerpo (Mateo 5:6; 1 Pedro 2:1-2). Las familias deben orar juntas. Es cierto que las familias que oran juntas permanecen juntas. Ahora es el tiempo de dedicarnos a la devoción familiar diaria (Deuteronomio 4:5-10; 6:6-9; cf. Jeremías 10:25).
Repitamos diariamente “la oración de los padres”, Enséñanos “lo que hayamos de hacer con el niño” (Jueces 13:8), y usemos cada oportunidad para sembrar la semilla del Evangelio en los corazones fértiles de nuestros hijos.
Derechos © 2018. Traducción por Moisés Pinedo. Título original en inglés, “How Parents Can Help Their Child Go to Heaven”, por www.housetohouse.com; folleto.