Jugando a las Escondidas con Dios

El primer “juego de las escondidas” se realizó en el Huerto del Edén. Adán y Eva comenzaron el día jugando “verdadero o falso” con el diablo y terminaron jugando a las “escondidas” con Dios. Pero lo que hicieron no fue un juego de niños.

“Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre…: ¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:8-9).

Cuando Dios hizo esta pregunta, no estaba consintiendo en el juego—Él conocía el lugar donde se habían escondido. Estaba tratando de que Adán y Eva se dieran cuenta dónde estaban. Estaba buscando una confesión, sin la cual ningún hombre puede ser salvo. Salomón escribió: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). Juan añadió: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Se puede pensar que era ingenuo tratar de esconderse de Dios, y realmente lo era, pero el hombre moderno no ha dejado de jugar a las escondidas con Dios. Dios todavía pregunta, “¿Dónde estás tú?”, esperando que nosotros veamos la necedad de nuestra condición pecaminosa y salgamos de los “árboles”.

¿DETRÁS DE QUÉ ÁRBOLES SE ESTUVIERON ESCONDIENDO ADÁN Y EVA?

El Árbol del Pecado

Ya que habían quebrantado un mandamiento directo de su Creador, el hombre y su esposa llegaron a ser los primeros en viajar por el camino de la transgresión. Como Zaqueo, estuvieron en un “árbol”. Pero ellos no fueron los últimos; de hecho, cada persona madura ha viajado por el camino ancho (Mateo 7:13). Pablo dijo: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

El pecado es el quebrantamiento de la ley de Dios (1 Juan 3:4). Por tanto, todos los pecadores son criminales espirituales. Su destino final es ser arrestados (cf. Filipenses 3:12), procesados (Mateo 7:22), culpados y castigados. Adán y Eva fueron criminales espirituales (Génesis 3:9), como lo fueron Caín (Génesis 4:9), David (2 Samuel 12), Acab (1 Reyes 21:20) y Jonás (Jonás 1:10). La distancia no lo evitará (Salmos 139:7); la oscuridad no lo esconderá (Salmos 139:11); el secreto no durará (Hebreos 4:13); ningún escondite es suficiente (Amós 9:2-3); y el paso de los años no eliminará su certidumbre (Número 32:23). La única esperanza del hombre es el perdón (Efesios 1:7).

El Árbol de la Separación

Es el instinto del hombre pecador esconderse de Dios como estos primeros pecadores “se escondieron de la presencia de Jehová Dios”. Antes de pecar, la primera pareja corría hacia Dios, pero después corrió lejos de Él; antes buscaban Su compañía; después querían ocultación.

Jonás es otro ejemplo clásico de los pecadores que corren de Dios. Cuando se le dijo que fuera a Nínive, él huyó “de la presencia de Jehová a Tarsis” (Jonás 1:3). Desde luego, es vano tratar de escapar de un Ser omnipresente, como lo fue en el caso de Jonás.

El pecado separa al hombre de Dios. Isaías escribió: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1-2). Si no se realizan cambios, el pecado separará eternamente al hombre de Dios (2 Tesalonicenses 1:9). De todos los horrores asociados con el Gólgota, la separación causó el clamor de los labios del Señor (por el castigo de los pecados del mundo, Mateo 27:46; 2 Corintios 5:21).

Note que cuando el hombre se esconde, Dios busca. Él buscó a Adán con una pregunta, a Jonás con una tempestad, a David con un profeta, y a nosotros con Su Hijo (Lucas 19:10). Él todavía busca a los hombres a través del Evangelio (Romanos 1:16). El Buen Pastor busca a las ovejas perdidas (Juan 10:11). El padre amoroso esperaba que el hijo pródigo regresara a casa (Lucas 15:20).

El Árbol de la Inseguridad

Adán confesó: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo”. El pecado roba la valentía de la persona. Salomón observó: “Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león” (Proverbios 28:1). El salmista habló de aquellos que “se sobresaltaron de pavor donde no había miedo” (Salmos 53:5). De igual manera, los israelitas temieron la voz de Dios (Éxodo 19:16-23).

El temor había invadido el corazón de la primera familia humana. Ellos no querían enfrentar el castigo de Dios. Todos los hombres deben aprender a tener temor antes que lo enfrenten. Pablo escribió: “[Y] a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:7-8). Se le informó al hombre rico en cuanto a una “sima” que impedía cualquier salida de ese lugar de castigo eterno (Lucas 19:16-31).

El Árbol de la Vergüenza

Por primera vez en la historia, los rostros ardían con la llama de la vergüenza. A esto le acompañaba un dolor que nunca se había conocido en el Huerto. Como el cuchillo penetra la carne, la vergüenza penetra la conciencia en cada recuerdo del pecado. Ellos llegaron a conocer la culpabilidad. Hay vergüenza asociada con el pecado. Daniel dijo que el pecado guiará a la “vergüenza y confusión perpetua” (12:2).

Adán trató de cubrir su conciencia culpable con hojas de higuera, pero sin éxito. El pecado no está en lo externo. Hoy muchos sienten que necesitan un tranquilizante, pero ningún terapista o autor popular funcionará. Ellos no encuentran alivio en adquirir dinero, comprar cosas u obtener educación. Otros tratan de cubrirse con las hojas de higuera de la “vida moral buena”, pero no encuentran consuelo. Algunos se esconden detrás de las excusas como, “Hay muchos hipócritas en la iglesia”, “mi esposo/esposa me pone tropiezo”, o “mis circunstancias son demasiado duras”, pero estas cosas no convencen a Dios.

Solamente Cristo puede vestirnos con ropas blancas (Apocalipsis 7:14) y lino fino (Apocalipsis 19:8). Se nos concede esto cuando nos quitamos las ropas de pecado y somos lavados en la sangre de Cristo en las aguas del bautismo (Gálatas 3:26-29).

Adán quiso evitar enfrentar a Dios. Pensó que sería mejor si esperaba para verle. Quiso ignorar el pecado, pero Dios no permitió eso. Hoy algunos tratan de esconderse de Dios—al negar que Él existe (Salmos 14:1) o al pretender que el pecado no importa. Algunos se esconden en los “árboles” durante las canciones de invitación a obedecer al Evangelio. La única esperanza del hombre es darse cuenta que no puede esconderse de Dios; pero realmente no hay razón para esconderse de un Dios amoroso y perdonador.

“[H]e aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2). El juego ha terminado. Pare de jugar a las “escondidas” con Dios.