Ideas Erróneas Comunes Relacionadas al Antiguo Testamento

Con referencia a las Escrituras del Antiguo Testamento, el apóstol Pablo declaró que “las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Romanos 15:4). El Antiguo Testamento es una fuente desbordante de sabiduría práctica y espiritual para el estudiante de la Biblia moderno. Sin embargo, algunos en la comunidad religiosa están “aprendiendo” las enseñanzas equivocadas en cuanto al Antiguo Testamento. Se puede observar claramente confusión general en la comunidad religiosa actual en cuanto al lugar que el Antiguo Testamento ocupa en el sistema cristiano. Algunos ignoran las diferencias marcadas entre el Antiguo y Nuevo Testamentos, y desarrollan un sistema de religión en el cual escogen las ordenanzas que desean seguir de ambos testamentos. Simplemente, ellos han desaprobado en el examen divino de usar “bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). No entienden que “la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo” (Gálatas 3:24-25). No entienden que estamos bajo un nuevo pacto (Hebreos 9:15), y que al decir: “Nuevo pacto, [Dios] ha dado por viejo al primero” (Hebreos 8:13).

Por otra parte, algunos (incluso en la iglesia del Señor) han tomado el extremo contrario igualmente peligroso. Tales personas desprecian el valor del Antiguo Testamento y consideran el pacto antiguo como un pacto deficiente. Este artículo aborda algunos de los conceptos erróneos más comunes que están relacionados al Antiguo Testamento.

1. En el Antiguo Testamento, el sacrificio de animales era el objeto de la salvación del hombre.

Según este punto de vista erróneo, se sugiere indirectamente que Dios ha tenido dos planes distintos de salvación; en el Antiguo Testamento se concedía salvación al cumplir los requerimientos sacrificiales de la Ley Patriarcal o la Ley Mosaica, y en el Nuevo Testamento Dios concede salvación por gracia a través del sacrificio de Su Hijo.

En ningún lugar la Biblia insinúa que Dios ha provisto dos soluciones diferentes para el problema del hombre—el pecado. Dios ha tenido solamente un plan para la redención de toda la raza humana: la sangre de Su Hijo (Efesios 1:7; Hebreos 9:12; Apocalipsis 1:5). El escritor de Hebreos señaló este hecho cuando declaró que el sacrificio de Cristo también fue para “la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto” (9:15), que “la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (10:4) y que Cristo gustó “la muerte por todos” (2:9).

Entonces, ¿fueron perdonados aquellos que se sometieron al sistema sacrificial del Antiguo Testamento? ¡Absolutamente! Pero aunque el sacrificio era esencial para recibir el perdón en el Antiguo Testamento, la sangre de Cristo era el objeto directo de ese perdón. “Aunque la sangre de los toros y machos cabríos no podían hacer expiación, ellos ofrecían esa sangre en fe; confiaban en la misericordia prometida de Dios; esperaban un sacrificio perfecto—y ahora la sangre del gran sacrificio ofrecido como expiación completa para todos sus pecados era el fundamento de su absolución en el día final”.[1] La ley antigua, teniendo solamente “la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca [pudo], por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10:1).

Dios determinó que aquellos que vivían antes de la cruz fueran reconciliados en vista de lo que Cristo lograría en el Calvario, y aquellos que viven después de la cruz sean reconciliados en vista de lo que Cristo ya ha logrado en el Calvario (Romanos 3:21-26; 5:14-19). En otras palabras, los que vivían antes de la cruz fueron salvos por medio de la fe que se remontaba al futuro sacrificio de Cristo, y los que viven después de la cruz son salvos por medio de la fe que se remonta al pasado, a ese mismo sacrificio.

2. No existía plan de salvación fuera del pueblo de Israel y su Ley.

Debido al hecho que la mayor parte del Antiguo Testamento se enfoca en la historia del pueblo judío y el sistema que Dios había provisto para que ellos alcanzaran finalmente todas las bendiciones espirituales en Cristo (Efesios 1:3), algunos han concluido que los gentiles no tenían oportunidad de alcanzar el perdón de pecados. Pero cuando se estudia el Antiguo Testamento detenidamente, se puede descartar esta idea. Considere los siguientes puntos.

Primero, decir que no había salvación divina fuera del pueblo de Israel y su Ley es relegar a condenación eterna a todos los siervos de Dios que vivieron antes del nacimiento del pueblo israelita y de la concesión de su Ley en el Monte Sinaí (Éxodo 20). Pero, obviamente, ya había un sistema establecido—la Ley Patriarcal—por el cual los hombres podían obtener por fe obediente el perdón de Dios. Abel ofreció por fe según ese sistema, “y muerto, aún habla por ella” (Hebreos 11:4; 12:24). Enoc agradó a Dios bajo ese sistema, y “fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios” (Hebreos 11:5). Noé “fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11:7) estando en ese sistema. De manera interesante, incluso Abraham, el padre de la nación judía, no fue un israelita y no vivió bajo el sistema mosaico, pero él también esperaba “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia” (Gálatas 3:6). Lo mismo se puede decir de Isaac y Jacob (Hebreos 11:20-21). Siglos después de la muerte de estos hombres, Dios todavía era el “Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Mateo 22:32; cf. Éxodo 3:6).

Segundo, las amonestaciones que los profetas antiguos pronunciaron ante naciones gentiles evidencian que Dios siempre tuvo interés en la condición espiritual y el destino final de los pueblos no-israelitas (e.g., Isaías 15-16; Jeremías 49:7-21; 50-51; Ezequiel 25-32; Nahum, Sofonías 2). A pesar de la indisposición que el profeta nacionalista, Jonás, mostró en predicar a la nación gentil de Nínive, Dios proveyó condiciones favorables para que el profeta finalmente obedeciera Su requerimiento de amonestar a este pueblo gentil y evitar su destrucción nacional y espiritual (Jonás 1:1-2; 3:1-2). Dios señaló al profeta Su interés profundo en esta nación gentil con las siguientes palabras: “¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda…? (Jonás 4:11).

Tercero, la promesa que Dios hizo a Abraham era inclusiva: todas las naciones serían benditas en su Simiente (Génesis 12:3; 22:18). En términos de salvación, Dios siempre ha pensado en las naciones gentiles; en Cristo no solamente los que anduvieron por fe bajo la Ley Mosaica llegaron a ser herederos de la promesa, sino también los que anduvieron por fe según el sistema que Dios había provisto para ellos (vea el punto 5).

3. En el Antiguo Testamento, el pueblo escogido de Dios era los judíos; en el Nuevo Testamento, el pueblo escogido de Dios es los gentiles.

Cuando primero decidí escribir este estudio, nunca pensé que este punto sería parte de su contenido. Simplemente no pensaba que había confusión al respecto en la iglesia del Señor. Pero mi punto de vista cambió algunas semanas después—cuando recibí una revista electrónica promovida por predicadores de la iglesia del Señor en cuyo contenido uno de los escritores hacía esta misma declaración. Obviamente, existía suficiente confusión sobre el tema como para que un escritor hiciera tal declaración, y desde luego, para que el editor de la revista y demás involucrados la pasaran por alto.

La primera parte de esta declaración se basa comúnmente en el entendimiento equivocado que el pueblo de Israel fue escogido para recibir salvación exclusiva—lo cual ya hemos visto que es un enfoque incorrecto. Sin embargo, se debe reconocer que el Antiguo Testamento hace referencia frecuente al pueblo de Israel como el “pueblo escogido de Dios” (Deuteronomio 7:6; 14:2; Salmos 105:6; 135:4; Isaías 45:4; Hechos 13:17). Si los israelitas no fueron escogidos para obtener salvación exclusiva, entonces, ¿en qué sentido fueron escogidos? Ellos fueron escogidos en el sentido que eran los descendientes de Abraham, a quien Dios había hecho la promesa de levantar una nación especial y concederle la tierra donde él había habitado como forastero (Génesis 12:7). Israel era Su pueblo escogido ya que había sido separado “para un servicio y adoración especial, y para disfrutar privilegios y beneficios especiales”.[2] Era escogido ya que tenía un rol especial en el desarrollo del plan redentor de Dios como la nación de la cual vendría el Mesías (Romanos 9:1-5). Por tanto, Dios “escogió” a Israel de la misma manera que escogió a Leví para un servicio especial (Deuteronomio 18:5; 2 Crónicas 29:11), a los reyes para un liderazgo especial (1 Samuel 16:8; 1 Reyes 1:35; Salmos 89:3) y a los profetas para una misión especial (Salmos 106:23). Pero esta elección nunca tuvo el propósito de brindar salvación exclusiva a Israel—un factor que los israelitas del primer siglo no entendían (Juan 8:33; Romanos 2).

La segunda parte del enunciado en discusión no tiene analogía bíblica. La Biblia no sostiene la idea de que el pueblo escogido de Dios en la dispensación cristiana sea los gentiles—aquellos que no son judíos. Tal enfoque nos sumerge en un abismo de injusticia divina en el cual un grupo de gente (en este caso, los judíos) se encuentra fuera de la esfera de salvación. El Nuevo Testamento clarifica que el pueblo escogido de Dios en la dispensación cristiana trasciende las distinciones étnicas. Considere la explicación del apóstol Pablo:

Porque él [Cristo] es nuestra paz, que de ambos pueblos [judíos y gentiles, cf. vs. 11] hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo [la iglesia, cf. 1:22-23], matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos [los gentiles, cf. vs. 12], y a los que estaban cerca [los judíos]; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre (Efesios 2:14-18).

El pueblo escogido de Dios, la iglesia, está constituido (independientemente de la etnia) de todos aquellos que se han sometido a las prescripciones divinas para llegar a estar “en Cristo” (Efesios 1:3-14; cf. Romanos 6:3-5). En este arreglo divino (1 Pedro 2:9-10), “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3:11).

4. A diferencia del Nuevo Testamento, la ley del Antiguo Testamento carecía de amor.

Según este punto de vista, el Antiguo Testamento simplemente se enfocaba en la religión exterior; el “Dios” del Antiguo Testamento era un dios incompasivo, cruel e indiferente; y la Ley Mosaica era legalista y carecía de amor. Los que sostienen este enfoque erróneo generalmente menosprecian el valor del Antiguo Testamento, y creen que el cristianismo estaría en una “mejor situación” si simplemente se arrancara las páginas del Antiguo Testamento de la Biblia.

Pero los que sostienen tal enfoque son aquellos que han fallado en brindar atención y estudio adecuado a las Escrituras del Antiguo Testamento. Al considerar las páginas inspiradas del primer pacto, se puede llegar a la conclusión garantizada de que el Antiguo Testamento es una demostración continua del amor divino para la raza humana.

Declarar que la Ley del Antiguo Testamento carecía de amor es ignorar la naturaleza del Legislador de esa Ley. Dios “es amor” (1 Juan 4:18), por tanto, Su naturaleza es amar. Su amor es tan constante como Su deidad, tan perdurable como Su infinidad, y tan vasto como Su omnisciencia. Ya que Dios es el amor en su forma constantemente presente, la Ley antigua que Él dio fue una demostración de Su amor a favor del bien humano (Deuteronomio 4:40; 5:16; 6:3,18-19; 12:25; cf. Efesios 6:2-3). Como el apóstol Pablo lo expresó, “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12) ya que viene de un Dios santo, justo y bueno (Salmos 33:5; 89:14).

Las escrituras del Antiguo Testamento (como las del Nuevo Testamento) hacen énfasis en el amor como el eje del sistema mosaico (Deuteronomio 6:5-6). Aunque Jesús dijo, “[u]n mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros” (Juan 13:34), este mandamiento ya había sido dado en el Antiguo Testamento (Levítico 19:18). Cuando se Le preguntó cuál era el gran mandamiento en la Ley, Jesús respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40). Pablo luego dijo que “cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:9). El mandamiento al amor en el Nuevo Testamento no es “nuevo” en el sentido que era desconocido en el Antiguo Testamento, sino es nuevo en el sentido que ahora Cristo es el estándar perfecto y consumación de ese amor: “como yo os he amado” (Juan 13:34).[3]

Varios ejemplos y circunstancias en el Antiguo Testamento proclaman la naturaleza amorosa del sistema mosaico. Las regulaciones que la Ley establecía a favor de los extranjeros, huérfanos, viudas y pobres (Éxodo 22:21-27; 23:10-12; Deuteronomio 24:17-22; Proverbios 23:10; Jeremías 22:3; Zacarías 7:10) descartan la acusación que el Antiguo Testamento carecía de amor. El Dios del Antiguo Testamento también era “Padre de huérfanos y defensor de viudas” (Salmos 68:5; cf. 146:9; Proverbios 23:11). Por ende, los israelitas debían amar a los extranjeros (Deuteronomio 10:19), defender al débil y al huérfano, hacer justicia al afligido y al menesteroso (Salmos 82:3) y amparar a la viuda (Isaías 1:17). Incluso en medio de condiciones sociales desfavorables como la servidumbre, Dios había prescrito ciertas regulaciones para que los israelitas trataran a sus siervos con justicia y compasión (Éxodo 21). Ciertamente, el amor es la fibra que une ambos testamentos en la Biblia.

5. La Ley Mosaica era la única ley que regía en el Antiguo Testamento.

Debido al enfoque principal del Antiguo Testamento en la nación judía y su Ley, algunos han creído erróneamente que la Ley Mosaica era la única ley que regía durante esa dispensación, pero este no es el caso. El periodo del Antiguo Testamento estaba constituido de dos leyes principales: la Ley Patricarcal y la Ley Mosaica. El libro de Génesis claramente muestra un sistema legal y religioso que ya estaba en vigencia antes que la Ley Mosaica fuera dada en el Monte Sinaí. Adán, Noé, Abraham y otros personajes antiguos conocidos adoraron y sirvieron a Dios bajo la Ley Patriarcal. Bajo esta Ley, Melquisedec sirvió como sacerdote del Dios Altísimo (Génesis 14:18-20).

Ya que la Ley Mosaica fue dada a la nación judía (Éxodo 20:2; cf. Romanos 3:19), las naciones gentiles continuaron bajo el sistema patriarcal hasta que ambas leyes fueron abolidas y reemplazadas por el sistema cristiano (Hechos 2,10). Los gentiles podían encontrar la gracia de Dios bajo el sistema patriarcal (Romanos 2-3:20), aunque también podían integrarse al sistema judío al llegar a ser prosélitos y someterse a las regulaciones de la Ley Mosaica (e.g., Rut). Una vez que el cristianismo comenzó a regir, estos dos sistemas antiguos llegaron a ser insuficientes para acercarse a Dios. [Para una investigación adicional sobre este punto, lea “¿A Qué Ley Fueron Responsables los Gentiles Antiguos?”].

6. La Ley Mosaica era una ley deficiente.

Este enunciado simplemente revela un entendimiento defectuoso del propósito y diseño de la Ley Mosaica. Nadie sugeriría que un auto tiene un diseño “deficiente” porque no puede flotar en el agua o porque no puede elevarse en el aire; ¡simplemente no ha sido diseñado para hacerlo! De la misma manera, no se puede sugerir que la Ley Mosaica es “deficiente” porque no logró lo que no tenía el propósito de lograr.

Ya que la Ley Mosaica también fue la “ley del Señor” (Lucas 2:23-24,39), esta ley revela la perfección de Dios (Salmos 19:7). Pablo escribió que “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Desde luego, esta “perfección” de la Ley llega a ser evidente si se “la usa legítimamente” (1 Timoteo 1:8, énfasis añadido; cf. 2 Timoteo 2:15)—según su propósito y diseño proyectado.

La Ley Mosaica no tuvo el propósito de: (1) ser una ley perdurable (Gálatas 3:19; Hebreos 8:13); (2) justificar al hombre (Romanos 3:28; Gálatas 3:11); (3) hacer perfectos a los que se acercan (Hebreos 10:1); (4) dar vida (Gálatas 3:21); (5) ofrecer salvación (Efesios 2:8-9); (6) presentar la imagen completa de las bendiciones espirituales (Hebreos 10:1); o (7) quitar los pecados (Hebreos 10:11). Así que el estudiante de la Biblia no está lidiando legítimamente con la Ley Mosaica cuando demanda que logre tales hazañas espirituales ajenas a su propósito y luego la califica como “deficiente”.

Entonces, ¿cuál fue el propósito de la Ley? La Ley fue dada para: (1) señalar el pecado (Romanos 7:7); (2) promover conciencia espiritual (Romanos 7:14); (3) regular la conducta (Gálatas 3:19); (4) establecer un modelo religioso (Hebreos 9); (5) enfatizar la santidad (Deuteronomio 7:6; 14:2); (6) instruir a los herederos (Gálatas 4:1-2) y (7) llevarnos a Cristo (Gálatas 3:24). La Ley cumplió eficazmente todo esto. Al escribir durante el tiempo en que el sistema mosaico todavía estaba en vigencia, el salmista inspirado expresó de manera hermosa la naturaleza de la Ley:

La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal (Salmos 19:7-10).

7. Hoy podemos ser salvos a través de la Ley si cumplimos cada requerimiento que contiene.

Esta idea generalmente surge debido a la malinterpretación de algunos pasajes en el Nuevo Testamento, especialmente Gálatas 5:3, donde el apóstol escribió: “Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley”. ¿Estaba sugiriendo Pablo que alguien podía ser salvo por medio de la Ley si guardaba todos los requerimientos que contenía? La respuesta es simplemente “No”.

El punto de Pablo para aquellos que sostenían que se debía practicar la circuncisión bajo la dispensación cristiana fue que si alguien “se circuncida para guardar la ley de Moisés…está en obligación de guardar toda la ley, ya que otros mandamientos requieren cumplimiento igualmente”.[4] Desde una perspectiva lógica, no se podía guardar la Ley al cumplir solamente uno de sus preceptos; este es el mismo punto de Santiago (2:10). Pero si incluso se regresara a la Ley para guardarla como un todo, Pablo ya había indicado que nadie puede ser justificado por las obras de Ley (Gálatas 3:11).

¿Cuál es el resultado del esfuerzo humano de llegar a la justificación por medio de las obras de Ley? Pablo continuó: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gálatas 5:4). El tiempo del verbo “justificáis” no indica un estado perfecto; la idea es que estas personas estaban “tratando de ser justificadas”.[5] No hay justificación fuera de la gracia de Dios. Ya que ellos estaban rechazando la salvación por gracia para lograr una “salvación por obras”, se habían desligado de su relación con Cristo.

CONCLUSIÓN

Muchos en la comunidad religiosa han fracasado en entender el Nuevo Testamento y algunos de los conceptos encontrados en sus páginas debido al rechazo del Antiguo Testamento como una fuente adicional de enseñanza en la dispensación cristiana. Pero como Agustín de Hipona indicó, “[e]l Nuevo Testamento está oculto en el Antiguo, y el Antiguo es revelado en el Nuevo”.[6] Si queremos ver el brillo más resplandeciente de algunas de las joyas del Nuevo Testamento, también debemos buscar en las páginas del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento nos ayuda a entender mejor la naturaleza del pecado, la gracia de Dios, el sacrificio de Cristo y la obediencia de fe. Pero al abordar el estudio del Antiguo Testamento, no olvidemos el consejo del apóstol Pablo a su joven estudiante: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).

[1] Barnes, Albert (1847), Notas de Barnes: Hebreos - Judas [Barnes’ Notes: Hebrews - Jude] (Grand Rapids, MI: Baker), 1:197, itálicas en original.

[2] Gill, John (sine data), Exposición sobre la Biblia Completa de John Gill [John Gill’s Exposition of the Entire Bible], sobre Deuteronomio 7:6 (E-sword).

[3] Vea también Lyons, Eric (2005), “¿Todo Ley, Sin Amor?”, Apologetics Press, http://espanol.apologeticspress.org/espanol/articulos/397.

[4] Johnson, B.W. (1891), El Nuevo Testamento del Pueblo [The People’s New Testament], sobre Gálatas 5:3 (Christian Classics Ethereal Library), versión en PDF, p. 518.

[5] Vea Robertson, A.T. (sine data), Descripciones de Palabras de Robertson [Robertson’s Word Pictures], sobre Gálatas 5:4 (E-Sword), énfasis añadido.

[6] Citado en Harper, William, ed. (1884-1885), El Estudiante del Antiguo Testamento [The Old Testament Student] (Chicago, IL: APSH), 4:308.