El Salvador que «no puede» salvarse

Resumen

En vez de negar el poder divino, la burla de los enemigos de la cruz enfatiza el poder sumiso y el amor sublime del Salvador.

A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar (Marcos 15:31).

Cuando Jesús moría en la cruz, muchos de aquellos que debían haberse lamentado, comenzaron a burlarse de Él (Marcos 15:29-30). Los líderes religiosos se unieron a las burlas, diciendo: «A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar» (vs. 31). Déjeme hacer dos observaciones en cuanto a esta burla.

Primero, cuando los líderes religiosos pronunciaron esta burla, hicieron un enunciado que era parcialmente equivocado. Sí, Jesús había salvado a otros (y es interesante que Sus mismos enemigos reconocieran este hecho), pero también podía salvarse a Sí mismo. En Juan 10:17-18, Jesús indicó a los judíos que nadie Le quitaba la vida, sino que Él la daba de Sí mismo, y que tenía el poder, no solamente de darla, sino también de volverla a tomar. Cuando Sus enemigos llegaron al Getsemaní para arrestarlo, y Pedro trató de defenderlo, Jesús mandó a Su discípulo intrépido que guardara la espada, añadiendo que Su Padre podía enviar miles de ángeles a defenderlo si así lo pedía (Mateo 26:53). Cuando Pilato Lo interrogó y presumió de su poder para crucificarlo o soltarlo (Juan 19:10), Jesús le informó: «Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba» (vs. 11). El punto es este: Jesús podía salvarse a Sí mismo.

Segundo, cuando los líderes religiosos pronunciaron esta burla, hicieron un enunciado que era completamente correcto. Jesús había salvado a otros, pero no podía salvarse a Sí mismo… si quería salvarme a mí y a usted. Aquí está el dilema del hombre: él es pecador (Romanos 3:23); Dios es justo (Salmos 45:6), y por ende, no puede ignorar el pecado, sino debe castigarlo en el infierno o expiarlo por medio de un sacrificio adecuado. Ya que Dios deseó extender Su gracia al hombre pecador (Efesios 2:4-8), y ya que los sacrificios de animales no podían quitar perpetuamente el pecado (Hebreos 10:11), Él envió a Su Hijo como el sacrificio perfecto y eterno (1 Pedro 1:18-20): la única manera en que la justicia de Dios y la salvación del hombre podían ser cumplidas (Romanos 3:21-26).[1]

En vez de negar el poder divino, la burla de los enemigos de la cruz enfatiza el poder sumiso y el amor sublime del Salvador que, aunque «no podía» salvarse, puede «salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios» (Hebreos 7:25).

[1] Para un estudio adicional, vea Moisés Pinedo, «La muerte de Cristo y la omnipotencia de Dios», EB Global, 2015, https://www.ebglobal.org/articulos-biblicos/la-muerte-de-cristo-y-la-omnipotencia-de-dios.